1 de abril de 2014

LIBROS | "Primeros materiales para una teoría de la Jovencita" de Tiqqun | Patear el tablero


Por Luis Ángel Gonzo

Es un decir, una expresión, pero si el lenguaje fuese un tablero, Tiqqun (colectivo anónimo) sería el que alcanza un límite en la expresión de sus reglas y lo patea. No queda más lo que jamás hubo: palabras-resguardo, vocablos-consuelo, expresiones-livings, conformismo, comodidad, descanso-lingüístico-dejadez-corporal; ilusiones (realidades) del consumo. La guerra es total, omnipresente, imperceptible bajo el tibio manto de la pacificación oficial, la constante actualización de los falsos conflictos; cuando todo sentir encastra su forma en el mundo dado-recorte-escamoteado y cada supuesta singularidad se disuelve en la previsibilidad de un perfil. No volveremos entonces a donde nunca llegamos. Si la felicidad no fue sino la administración del sufrimiento; si la libertad no resultó otra cosa más que la insípida opción entre objetos; el amor, dúo de autismo; la vivencia, imitación de representaciones; si, en suma, jamás estuvimos donde estuvo nuestro cuerpo, no nos hagamos ilusiones. Primeros materiales para una teoría de la Jovencita y Hombres-máquina modo de empleo (1999, publicados en Buenos Aires por Hekht Libros en 2013) es un libro-bomba en el que Tiqqun toma al lenguaje de facto: interroga sus formas, combinaciones y sentidos en una escritura fractal, múltiple, de rincones más que de caminos; en estilo inacabado, recortado, impropio, hecho de jirones y astillas de otros textos provenientes de lugares y universos de todo tipo (desde citas filosóficas hasta avisos publicitarios de perfumes, títulos de revistas de moda, magazines, foros, graffitis, anónima-multitud-fábrica-de-particularidades enhebradas en el caos riguroso de las citas-esquirlas). En juego está la selección, gestión y atenuación de las formas de vida. No todo se entiende, tal vez mejor así: entre la densidad del texto y la urgencia evidente del tópico: pensar la vida, lo fundamental es salir del sentido común, mediar, detenerse, volver a enfocar, acaso violentar: patear el tablero.

La palabra-radiactiva que titula la primera parte del libro es Jovencita (Jeune-Fille), una categoría femenina (el cuerpo femenino como imaginario histórico) que se extiende, como la cultura, hasta los confines: nos abarca a todos; es lo que no podemos no ser. Una entidad aglutinante-neutralizador-tributista de la lluvia de características que cada ser viviente busca capitalizar como singularidad exclusiva en esa nebulosa llamada presente: la era de las familias de plástico y las expresiones empaquetadas; de la soledad inalámbrica y la intimidad vuelta ausencia; de la conformación subjetiva y existencial en el consumo en lugar de la sumisión por el trabajo; de la mesura del placer, la tasación de la embriaguez, la proliferación de los gustos-índices y el cuentagoteo de los otros; la era de los consumidores-soberanos-del-poder-servil, de la perpetua recreación y las sensaciones de laboratorio; del lenguaje raquítico-plagado-de-vocablos-menos-conceptos-que-categorías-morales-péndulos-constantes-de-masa-gris-binómica; la época del sentimiento como elección prestidigitada; de lo cosmético reificado y de lo ontológicamente virgen, cárcel de atributos, sensaciones como fórmulas psicoquímicas, fusión del valor con el ser, voluntad de comprarse y venderse, precarización laboral-socio-afectiva; tiempo de lo maquínico del deber ser, de la impersonalidad que se vive al decir expresiones que vacían a quien las pronuncia. En tres palabras: lo atrozmente biopolítico

La segunda parte, Hombres-máquina…, insiste en la maniobra en curso: la traducción de nuestras emociones a ecuaciones (que el amor es un compuesto químico de reacciones previsibles; que ciertas comidas o comportamientos proveen la felicidad...). El estado de la cuestión es brutal: analfabetismo emocional + pobreza de mundo. Ese compuesto interroga la omnisciente, sabuesa utilidad-productividad-valor-de-cambio-del-placer (cuyo único deber ser debiera ser el puro derroche) bajo eslóganes que privatizan al individuo de sí mismo (“el amor reduce el estrés”, “el amor es un cóctel de dopamina…"); todo dicho siempre en nombre de la salud. Las consecuencias son urgentes, dramáticas y acaso irremediables: presos de lo abstracto (lo concreto en esquemas irreconocibles: ajenos), los cuerpos se desfamiliarizan de su propia fisiología, pierden autonomía, perdemos soberanía. El cuerpo, separado del sujeto, se vuelve apoderado impiadoso entre imperativos contradictorios: ser libre y controlar, ser saludable estando bien enfermo, buscar el placer en el medio de la producción. Todo está previsto: sufrimiento, aireo, relajación, explotación, sonrisa, libertad carcelaria, tiempo perdido, ilusiones, realidades, reconocimiento, inserción, extrañeza, reinserción. 

Editado por Hekht Libros. Publicado en julio de 2013. 

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