7 de marzo de 2015

CINE | "Autómata" de Gabe Ibáñez | Cuestión de relojería


Por Cecilia Perna

Estoy casi convencida de que el género de la ciencia ficción es un género que tocó su fin. Un género muerto, como la novela de aprendizaje o el soneto. Sobre todo en el cine, me pasa que, cada vez que veo un film de ciencia ficción, tengo la sensación de estar viendo una película filmada en los 80 o los 90, en la que los actores (los mismos actores, estrellas de esas épocas) están mágicamente envejecidos. Autómata no es la excepción. 

Sin embargo, no me preocupan las ubicaciones cronológicas, a esta altura del desmantelamiento de las líneas épicas de la historia, a esta altura de la desintegración del futuro, a esta altura del Cronos descompuesto de la modernidad, puedo ver con alegría la nueva ciencia ficción que retrasa. A fin de cuentas, todos los relojes retrasan.   

Automáta, segundo largo dirigido por el español Gabe Ibáñez, nos presenta una historia emplazada en aquel viejo futuro apocalíptico, donde las ciudades son burbujas negras de aire irrespirable y todo alrededor no es más que desierto. Un desierto lleno promesas de libertad y de muerte. Propone un futuro envejecido, donde los robots se organizan para robar al humano la esencia de su vitalidad: la respiración. Donde las corporaciones con fines de lucro convencen o persiguen y el único deseo todavía posible es ver el mar, como en una película de Truffaut

Pero en esta economía cliché, Autómata consigue recuperar, por momentos, un línea de poesía, hecha de imágenes e ideas arrastradas de la vieja tradición del gótico, en la que un autómata no era sino la réplica de sí mismo -siempre más que humana y todavía nunca humana-, que un relojero fantasea y crea, para encontrar, en esa réplica inventada, una respuesta a la pregunta por su propia existencia. Un relojero que, tras largo indagar el mecanismo del tiempo, empieza a indagar el mecanismo de los cuerpos, e inventa algo más allá de sí, pero nunca más allá de la vida. 

Esa poesía gótica (que transita toda buena ciencia ficción: nada más gótico que la ciencia ficción) alcanza a tocar las zonas medias del film que, hacia el final, se pone épico y explicativo, y sólo sigue valiendo algo por nuestro Antonio Banderas, envejeciendo bien adentro de esos planos de acción que sólo su rostro puede rellenar.   

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