2 de marzo de 2015

CINE | "La mirada del amor" de Arie Posin | Doble de cuerpo


Por Alba Ermida

En un claro eco contemporáneo de Vértigo, el director Arie Posin pinta un delicado lienzo de sentimientos difíciles de asumir, de interpretar y de filmar. El mismo conflicto que Hitchcock llevó a la pantalla, lo utiliza Posin invirtiendo los papeles: ahora en La mirada del amor es una mujer, enamorada de su marido muerto, al que intenta resucitarlo en el cuerpo idéntico de su profesor de pintura.

El conflicto surge cuando los encantos del profesor no son los que enamoran a la viuda, que busca en la ropa, en los lugares, en los restaurantes, encontrar a su marido, revivirlo. Ella misma es consciente de ello y por eso lo oculta, oculta a su nueva pareja de sus amigos y de su hija porque sabe que esta nueva relación no es sana. En sus propias palabras “no me aleja de Garret” con lo que omite un claro “me acerca a él”. Y ahí está lo hermoso y lo triste de esta historia: como espectadores deseamos todo el tiempo que sea de Tom de quien se enamore, aunque Tom sea el calco físico de su marido, que supere la ausencia de Garret mediante un nuevo amor, una nueva compañía, como sí hace Tom. Y ahí está lo triste, que el profesor de pintura sí se enamora de ella, sí encuentra el amor de su vida, sí la quiere, pero no es verdaderamente correspondido.

Annette Bening y Ed Harris demuestran una química cautivadora, un binomio donde ambos sobresalen por igual. Annette en su papel de viuda enamorada de su fallecido, embelesada con un recuerdo que se encarna en una persona de iguales encantos. Y Ed en un sufriente artista que, creyendo haber encontrado la persona que llevaba buscando toda la vida, tiene paciencia e intenta con extrema benevolencia entender los comportamientos extraños de su enamorada.

También los secundarios sobresalen en sus respectivas interpretaciones: Robin Williams en un comedido vecino deprimido por la muerte de su esposa y enamorado en silencio de la protagonista y Jess Weixler en la hija que en una impactante escena de exorcización actúa sin desmedida la no superación de la muerte de su padre.

La mirada del amor, llena de simbolismos y lirismos, expresa mucho con la estética y la dirección de arte más que con la realización, que se limita un poco a la narrativa transparente, a lo bello y bien encuadrado, haciendo quizás paralelismo con los cuadros que están presentes durante todo el filme. Como ejemplo, la escena en que el personaje de Annette ve en un escaparate el traje que llevaba su marido la última noche: con un fuera de campo que deja a la imaginación del espectador lo que hay detrás de la cámara -ayudado por el texto del personaje de Ed Harris- un sutil paneo muestra, tras la ilusionada cara de la protagonista, el susodicho traje vestido en un maniquí sin cabeza reflejado a su vez en un espejo: dos trajes iguales, el real y el proyectado, ambos sin cuerpo humano dentro.

Como mancha en la película, la música que por momentos incomoda un poco ya que resultan contradictorios sus tonos de suspense con la trama de género dramático. Planos oscuros o escenas nocturas, con sombras o de tensión que llevan a pensar en el género de thriller, incluso bien entrada la película, haciendo dudar al espectador del camino que seguirá la misma. 

Y a modo de guinda, un final agridulce que, aunque deja mal sabor de boca, resulta absolutamente coherente con la trama de la película.

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